COMO APRENDER A AMAR

APRENDER A AMAR (DE RD.COM)
De pie en la cocina de su casa, en su suburbio de Cleveland, Ohio, Heidi Solomon rebanaba queso para prepararle un sándwich a su hijo Daniel, de 10 años. Era una tarde ordinaria de abril, como tantas otras en los tres difíciles años que habían pasado desde que ella y su esposo, Rick, adoptaron al niño.
-No quiero eso-dijo Daniel.

Heidi, mujer delgada de 1.52 metros de estatura, no respondió. Sabía que la hostilidad de su hijo no tenía nada que ver con ella.
Daniel pasó los primeros cinco años de su vida en un orfanato que era más una prisión que un hogar para huérfanos. Aunque se mostró afectuoso con los Solomon cuando lo adoptaron, su conducta se deterioró con el tiempo y últimamente había empeorado. Rompía sus juguetes, atacaba a otros niños, lo habían expulsado de la escuela y había pasado un breve tiempo recluido en un hospital psiquiátrico.
Con todo, Heidi no estaba preparada para lo que ocurrió en seguida. Dando un gruñido, Daniel tomó un cuchillo de 18 cm y se lo puso a su madre en la garganta.
Hasta que lo adoptaron, Daniel (cuyo nombre rumano era Florin-Daniel Bica) nunca había tenido un par de zapatos, y jamás lo habían abrazado ni le habían leído un cuento. Ni siquiera sabía que tenía padres. Una ventana les ofrecía a él y a los otros niños la única vista del mundo que se extendía más allá de las paredes del orfanato. "De noche podían verse las luces de la ciudad", recuerda Daniel, hoy día de 18 años. "Me preguntaba que sería todo aquello".
Luego, un día de octubre de 1996, un desconocido lo condujo a un auto que esperaba fuera del hospicio. "No sabía qué estaba pasando", refiere Daniel. "Era como un sueño". De pronto se vio en un aeropuerto, y el extraño le pidió que saludara a un hombre y una mujer. Heidi se echó a llorar al ver al niño, que llevaba puesto un impermeable azul. Él la saludo con timidez. "En ese momento empezó mi segunda vida", afirma Daniel con una sonrisa.
Heidi era apenas una muchacha de 15 años cuando resolvió adoptar un niño algún día. Tomó esa decisión después de mudarse a Maryland para pasar tres años entrenándose como gimnasta. Durante ese tiempo vivió en siete hogares distintos, y muchas veces se sintió más como una carga que como una huésped. De vuelta a su casa, en Ohio, se dio cuenta de la importancia de la familia... y de algo más: "Decidí no tener hijos biológicos, porque hay tantos niños que necesitan ayuda".
Titulada como maestra de educación especial, empezó a trabajar con jóvenes pandilleros y con niños que padecían trastornos emocionales. En sus ratos libres era voluntaria en un programa llamado Hermanos y Hermanas Mayores. A Rick, quien trabaja actualmente en una empresa de máquinas expendedoras, no le entusiasmaba mucho la idea de la adopción, pero la aceptó para complacer a Heidi cuando se casó con ella.
Poco después de contraer nupcias, en 1994, la pareja inició el proceso para adoptar un niños en el extranjero. Una noche, mientras hojeaba el catálogo de una agencia de adopciones, a Heidi se le fueron los ojos al ver la foto de un niño risueño de tez apiñonada y cabello negro. "Me enamoré de él", cuanta. "Le dije a Rick que ese pequeño era nuestro hijo".
En ese momento el chico vivía en un austero orfanato en la unidad de Beclean, Rumania. El personal bañaba y alimentaba a los niños, y ocasionalmente los golpeaba con palos o los abandonaba a su suerte.
Durante los primeros seis meses en su nuevo hogar, en Ohio, Daniel pareció adaptarse bien. Fascinado por el mundo que acababa de descubrir, le encantaba hablar por teléfono y que Heidi le enseñara a nadar. Pero había algunos problemas: a veces hacía berrinches y no quería dormir solo. Aunque pronto aprendió algunas palabras en inglés, le resultó difícil comunicarse cuando ingresó al primer grado en una escuela pública local.
El día en que cumplió ocho años sufrió una crisis. Durante la fiesta que sus padres organizaron para él, la primera vez en su vida, se dio cuenta de que alguien lo había traído al mundo y después lo había abandonado. Entender esto le llenó de furia.
"Pensé que Rick y Heidi me habían dejado siete años en el hospicio, y que luego me habían recogido y trataban de comportarse como si nada hubiera ocurrido", señala. Los esposos le explicaron muchas veces que no eran sus padres biológicos, pero él no les creía. "No me importaba lo que dijeran o hicieran", refiere. "La rabia se apoderó de mí".
Sus berrinches duraban horas, y arrojaba cuanto objeto tenía en las manos contra las pareces de la casa. Rick Y Heidi decidieron sacar todos de su cuarto menos el colchón, pero los arrebatos empeoraron. Cuando Daniel cumplió 10 años sus padres le regalaron u perrito, que de inmediato él trató de estrangular. Al mes siguiente llegó a casa un auto de la policía: había atacado con una pala a otros niños en la sinagoga.
Los Solomon acudieron a Varios psicoterapeutas. Daniel mordió a unos de ellos en el vientre y le dejó una herida de casi ocho cm. Ese mismo año lo enviaron tres veces a un hospital psiquiátrico, una de ellas por amenazar al director de la escuela con un pedazo de vidrio. Los encierros solo complicaron las cosas. "Antes la frustración los hacían reaccionar con furia ", cuenta su madre, "pero después de estar en el hospital se volvió violento a propósito".
Heidi era el principal blanco de sus agresiones. Le daba cabezazos en la cara, y se mofaba cuando veían que le había puesto un ojo morado. Una vez la golpeó con un palo de golf. En más de una ocasión, mientras Rick estaba fuera de casa, Heidi tuvo que llamar a la policía para que la protegiera.
La única persona a quien Daniel parecía odiar más que a su madre era así mismo. Varias veces intentó matarse, ya sea saltando por una ventana o desde un árbol. La familia empezó a resentir los estragos de tanta tensión. Rick amenazó con irse de la casa, y Heidi se sentía terriblemente culpable. Recuerda: "En esos días leí una nota en el periódico sobre una familia de tres miembros que murió en un incendio, y pensé que bien podríamos haber sido nosotros por el caos en que estábamos viviendo".
Psicólogos, amigos y parientes le dijeron a Heidi que no había esperanza, que Daniel jamás la amaría y que debía renunciar a él. Pero ella no estaba dispuesta a darse por vencida. "Aunque él me odiaba, yo no me sentía ofendida", afirma. "sabía que su rencor se debía a todo lo que había sufrido y que necesitaba una familia". Es mi hijo, y de esto nunca tuve dudas.
El día en que Daniel la amenazó con el cuchillo, Heidi, que había aprendido a lidiar con estudiantes potencialmente violentos, mantuvo la calma. Le arrebató el arma al niño, y él retrocedió. La crisis había pasado. Sólo después la madre pensó en lo que pudo haber ocurrido... y en lo que podría pasar más adelante, cuando Daniel fuera mayor. Entonces comprendió que las cosas no podían seguir así.
Los médicos le habían recetado al chico fármacos psicotrópicos. Algunos no habían surtido efecto, y otros parecían estabilizar sus bruscos cambios de ánimo; sin embargo, ninguno servía para remediar el peor de sus males: el trastorno reactivo de apego, que impide a quien lo padece formar lazos afectivos con otros.
"El niño que sufre este trastorno cree que es malo e indeseable, que no vale nada ni merece amor", escribieron los psicoterapeutas Terry Levy y Michael Orlans en un artículo que Heidi encontró en internet. Según ellos, la consecuencia es un profundo sentimiento de alineación que provoca ira y violencia. En pocas palabras, Daniel era incapaz de amar. Este trastorno es raro; lo padecen principalmente los niños maltratados, como los miles que cada año son sacados de los orfanatos de Europa oriental para ser adoptados en Estados Unidos.
En años recientes, ante la firme presión de los gobiernos occidentales y con ayuda de organizaciones benéficas, Rumania ha tomado medidas para mejorar la atención que brinda a sus niños abandonados. Aunque las condiciones de algunos de los orfanatos son aún deplorables, un grupo estadounidense que trabajaba en la región (Ayuda para Niños Rumanos) ha contribuido a cerrar muchos de los peores y a reubicar a los niños en hogares de crianza.
El hospicio donde Daniel vivía se ha modernizado: ahora da servicios a adolescentes y parece un dormitorio universitario. Por desgracia, estos cambios resultaron muy tardíos para Daniel; en su caso, el mal ya estaba hecho, y el trastorno reactivo de apego suele ser difícil de tratar.
Cuando llegó el verano de 1999, Heidi decidió tomar medidas drásticas. Pidió consejo al neuropsicólogo Ronald Federici, de Virginia, quien recomendó un tratamiento nada fácil de aplicar: durante dos meses, Heidi tendría que mantenerse a menos de un metro de distancia de Daniel en todo momento; le daría ropa limpia y comida, pero él no podría pedirle nada más. La clave del tratamiento era lograr que le chico hiciera adecuado contacto visual con Heidi cada vez que interactuaran, a fin de recrear una versión del vínculo madre-hijo que nunca habían desarrollado.
"Las primeras semanas odié inmensamente a mi madre", confiesa Daniel. Con el tiempo se produjo un cambio en su interior: por fin entendió que los Solomon no eran sus padres biológicos, y al tomar mayor conciencia de su estrecha cercanía con ellos, su ira empezó a disiparse. Ocho semanas después, sus arrebatos violentos cesaron y dejó de intentar hacerse daño o lesionar a otros.
Pese a ello, su turbación emocional se manifestó de otras formas. Adoptó una actitud de agresión pasiva: comía con una lentitud exasperante y empezó a robar cosas en casa. Con todo, a sus padres esta conducta les parecía manejable, comparada con lo que habían soportado antes. Entonces hicieron algo que cualquiera podría considerar una insensatez: adoptaron a otro huérfano de Europa oriental. Alexander Joseph, de dos años, llegó de Ucrania para integrarse a la familia cuando Daniel tenía 12 años. Éste se puso celoso de inmediato. Comenzó a jugar con fósforos, y en cierto momento amenazó de nuevo con matarse. Desesperados, Rick y Heidi decidieron probar otra terapia de apego. Todas las tardes, uno de los dos sentaba en el regazo a Daniel, quien tenía 13 años; le daban helado, y no lo dejaban irse hasta que había contacto visual con ellos y les hablaba. Tras varios meses de repetir este ritual, aunado a una psicoterapia profesional intensiva, el chico experimentó una transformación.
Empezó a valorar todo lo que sus padres habían hecho por él y a darse cuenta de que lo amaban. Se volvió mas comunicativo, dejó de robar e hizo algunos amigo. Y también mejoró su relación con Alexander Joseph, el cual batallaba con sus propios problemas de conducta, entre ellos la hiperactividad y una forma moderada del trastorno reactivo de apego. Daniel comenzó a sentirse orgullosos de ser hermano mayor, y en ocasiones incluso cuidaba al niño.
Alentado por Heidi, también empezó a ofrecer ayuda a otros. Se hizo líder del grupo juvenil de su templo, ayudó a la organización Hábitat para la Humanidad a construir casas y comenzó a adiestrarse como bombero voluntario. Hace dos años sorprendió a todos al obtener el premio que su sinagoga otorga al mejor estudiante de secundaria. Ante las 300 personas que asistieron a la premiación habló de sus años en el orfanato y agradeció a sus padres por todo lo que había hecho por él. Luego, con voz quebrada por la emoción, pronunció las palabras que ellos tanto había deseado escuchar: "Los amo".
"Fue el momento más feliz de mi vida", asegura Heidi.
Los problemas de Daniel aún no terminan. Sigue e terapia, y aunque es capaz de conversar a la perfección, tiene dificultad para leer y escribir. Con todo, está en camino de graduarse del bachillerato muy pronto. No es realista pensar que pueda ingresar a la universidad, pero el muchacho tiene otros planes; quiere ser bombero profesional. Ya ha aprendido lo que significa dar-e incluso arriesgar- todo por alguien más. Ahora desea poner e práctica esa lección.
Fuente: Esta preciosa historia la leí en rd.com

5 comentarios:

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  3. deseo de todo corazon Dios me brinde la oportunidad de adoptar un niño.

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  4. esto no es un comenario sino una preguta yo estoy srtera y tengo 20 y quiero a dotar un bb mi pregunta es silo puedo adotar quiero que meconteten si pueden por fabor

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    Un abrazo
    Itsaso

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